Angela Merkel, en la cumbre europea, este domingo en Bruselas
El riesgo de descalabro institucional es evidente. Pero, a cambio, la desastrosa cumbre puede aspirar a situarse entre las legendarias citas que han marcado la evolución del entramado comunitario. Y ponerse, tal vez, a la altura de lo que en Bruselas se llama “el drama de Corfú”, en alusión a la cumbre de 1994 que desembocó en la supresión el derecho de veto en la elección del presidente de la Comisión Europea. O codearse con la pesadilla de Niza en 2000, la cumbre europea más larga de la historia (cuatro noches, entre el 7 y el 11 de diciembre) en la que se quebró la pareja París-Berlín y se inició el dominio de una Alemania reunificada.
La aciaga noche de verano de 2019 también huele a ruptura histórica, tanto a nivel institucional como de liderazgo político. Por primera vez, el Consejo Europeo se ha comportado claramente como una cámara política, con los presidentes de Gobierno alineados en función de sus lealtades partidistas. Y nunca antes se había visto a la todopoderosa canciller alemana, Angela Merkel, desbordada por una negociación que, según fuentes diplomáticas, “se le ha ido de las manos” dentro de su propia familia política.
La nueva dinámica del Consejo, con Macron o Sánchez negociando en nombre de sus familias políticas casi tanto o más que en representación de sus países, unido al declive evidente de la canciller de pies de plomo lleva a la Unión hacia un nuevo escenario en pleno inicio de legislatura y poco antes de una reestructuración organizativa (por el Brexit) y financiera (con el nuevo marco presupuestario.
El detonante de la politización del Consejo ha sido el llamado sistema de spitzenkandidat (candidato principal en alemán) para elegir al presidente de la Comisión Europea. El modelo, impulsado por el Parlamento Europeo, concede prioridad casi absoluta a los aspirantes designados por los partidos políticos inutilizando de facto la potestad del Consejo para proponer un candidato a la presidencia de la Comisión.
Tras el estreno forzado en 2014 y la posible consolidación en 2019, el spitzenkandidat obliga a replantear el reparto de poder entre las instituciones comunitarias. “Se avanza hacia un sistema bicameral, con cámara de Estados, en el Consejo, y de representantes, en el Parlamento”, señala una fuente europea al tanto del proceso de selección del nuevo presidente de la Comisión.
Los Gobiernos europeos ya percibieron la primera sacudida hace cinco años, cuando fueron incapaces de bloquear el nombramiento de Jean-Claude Juncker, designado por el PPE como su candidato principal para la Comisión. Tras aquel susto, se comprometieran a fijar nuevas normas para la elección pero el proyecto cayó en el olvido una vez se puso en marcha la Comisión Juncker, la más política de la historia, según su presidente.
El tiempo de Merkel para plantear reformas, sin embargo, parece agotado. Su fecha de caducidad como canciller (2021, si agota el actual mandato) y sus evidentes dificultades para controlar al formidable aparato del PPE la invalidan como artífice de la solución futura.
Macron, en cambio, sí parece dispuesto a asumir la responsabilidad de poner fin a unos mecanismos diplomáticos, basados en los contactos de las capitales, que no se corresponden con la realidad política de la UE del siglo XXI.
Atrás podrían quedar también las periódicas trifulcas diplomáticas por el reparto de cargos. Unas grandes y largas batallas (19 horas la del domingo) de aspecto épico vividas de cerca. Y francamente esperpénticas cuando se observan desde la distancia temporal o geográfica.
Fuente: https://elpais.com/internacional/2019/07/01/actualidad/1562005411_846281.html