El 10 de diciembre de 1983, por la noche, tuvo lugar en la Residencia de Olivos una reunión a la que se nombra muy poco en nuestra historia. Allí estuvieron el recién asumido presidente Raúl Alfonsín y George Bush (p), quien entonces era el vicepresidente de Ronald Reagan. Fue el puntapié inicial de una difícil relación, cuyos errores capitalizaría Carlos Menem a partir de 1989, cuando alcanzó el poder.
El 10 de diciembre de 1983, Raúl Ricardo Alfonsín asumió como Presidente de la Nación en medio de gran fervor ciudadano en las calles de Buenos Aires y la importante presencia de numerosas delegaciones extranjeras. El país que recibió Alfonsín salía de una dictadura militar cuyo fracaso estaba a simple vista. El conflicto con Gran Bretaña por las Islas Malvinas había generado el año anterior una derrota militar con secuelas impredecibles; había sobrellevado una guerra interna, enfrentando y ganando al terrorismo, con un alto costo en materia de desaparecidos y sumido económicamente a la Nación. Cuando el gobierno militar ocupo el poder en marzo de 1976 la deuda externa era de 7.000 millones de dólares y en 1983 abandonaba la Casa de Gobierno dejando 45.000 millones de dólares, es decir un 364% más.
Entre otros ítems, el problema más apremiante era el de la deuda externa y el pago de los intereses, que demandaban el 50% de las divisas de las exportaciones. A renglón seguido, el país enfrentaba un cuadro recesivo del aparato productivo que agravaba la desocupación laboral y el valor de los ingresos. La inflación de 1982 había llegado al 209% y el déficit fiscal alcanzo en 1983 el 15,2%. Antes del traspaso de mando, los préstamos de emergencia del Fondo Monetario Internacional habían evitado una suspensión de pagos. Según Mercedes Muro de Nadal, profesora de Historia Económica Argentina y Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias Económicas, a mediados de 1984 el gobierno radical constituyó una comisión para elaborar un plan económico presidida por el ministro Bernardo Grinspun pero, dada la situación, no alcanzó a ser efectivo.
Desde un primer momento, el Presidente y su canciller, Dante Mario Caputo, pusieron una especial atención en la relación con determinados países de Europa, especialmente con aquellos emparentados con la socialdemocracia. En particular con el español Felipe González, el francés Francois Mitterrand y el italiano Bettino Craxi.
El jefe de la delegación de los Estados Unidos en las ceremonias del traspaso presidencial fue el vicepresidente George Bush, quien tenía muy en claro la posible -o nueva- dirección que tomaría la Argentina en materia de relaciones internacionales a partir de la elección de “un neófito” (término usado en uno de los trabajos del Departamento de Estado) al frente del Palacio San Martín.
La radiografía de la posible política radical fue acertada. A escasos meses de asumir el poder una delegación argentina viajó a Managua y donó una importante cantidad de granos. En 1985, durante el encuentro con Ronald Reagan, el presidente argentino expresó en público sus diferencias con EEUU sobre la política con el régimen sandinista nicaragüense. Con el paso de los años se le pagó mal a la Argentina: en Managua se entrenó a guerrilleros argentinos que más tarde atacarían el regimiento militar en La Tablada, comandados por Enrique Gorriarán Merlo. No mantuvo ningún encuentro con el mandatario de facto chileno, Augusto Pinochet, con quien mantenía una frontera común de 5.000 kilómetros, pero bien pudo viajar a La Habana a conversar con el dictador Fidel Castro en 1985. En la oportunidad, Alfonsín solicitó que el castrismo dejara de apoyar al grupo terrorista trasandino Frente Popular Manuel Rodríguez (FPMR) y la respuesta fue el envío de toneladas de armas a Chile al año siguiente. Los gestos solidarios de la socialdemocracia europea fueron numerosos pero las inversiones productivas reales llegarían con el gobierno justicialista que lo sucedería en 1989.
Tras el listado de posibles diferencias, el Departamento de Estado consideraba que
“Podemos esperar un grado quizás sorprendente de continuidad con respecto a: 1) la búsqueda de mejores relaciones con los Estados Unidos; 2) los argentinos buscarán que los Estados Unidos ayuden con el refinanciamiento de la deuda externa; 3) participación activa de la Argentina como socio moderado en el movimiento no alineado; 4) mantenimiento de políticas existentes en disputas territoriales sobre el Canal Beagle (Chile) y las negociaciones de soberanía sobre las Islas Malvinas con el Reino Unido; 4) la búsqueda de ventajas comerciales con el bloque soviético mientras se mantiene libre de contaminación política. Alfonsín sufre de pocas ilusiones sobre los soviéticos. Él es, por ejemplo, tan crítico de su papel en América Central como lo es del papel de los Estados Unidos”.
Los temas de Seguridad también estaban comprendidos en la agenda bilateral que tenía Bush para tratar con Alfonsín, en especial un memo del 5 de diciembre de 1983 del Departamento de Estado, firmado por el propio secretario de esa cartera, George P. Shultz, en el que se le decía que “la cuestión bilateral más grave e inmediata es la implicación del reciente anuncio de Argentina de que ha dominado el proceso de enriquecimiento de uranio, lo que le da el potencial de desarrollar armas nucleares. Si bien está orgulloso de este logro, el gobierno radical puede estar más inclinado a controlar el programa nuclear. Debemos alentar al gobierno argentino a aceptar salvaguardas, preferiblemente pero no exclusivamente, mediante la adhesión al Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) o al Tratado de Tlatelolco. Para el jefe de la delegación estadounidense “los objetivos específicos clave” a considerar durante el encuentro con el nuevo mandatario argentino incluían:
“1. Transmitir nuestro apoyo a la democracia argentina y nuestro apoyo para la mejora de los derechos humanos. 2. Destacar la importancia de salvaguardar las instalaciones nucleares argentinas. 3. Fomentar negociaciones pacíficas para resolver las disputas del Canal de Beagle y las Malvinas. 4. Indique nuestra esperanza de que Argentina tenga éxito en sus negociaciones con el FMI y los bancos comerciales, señalando nuestra voluntad, siempre que sea posible, de ser útiles.”
Aunque los diarios de la época no lo relaten con tanto detalle, Alfonsín y Bush se encontraron para dialogar el mismo 10 de diciembre de 1983, entre las 20,30 y 21.20, en la residencia presidencial de Olivos. Así lo reseñó el Departamento de Estado. El mandatario argentino estuvo acompañado por el canciller Caputo; el embajador Hugo Juan Gobbi, Secretario de Asuntos Especiales del Palacio San Martín y el Secretario General de la Presidencia, Germán López. El vicepresidente de los EEUU fue secundado por el embajador Frank Ortiz; Anthony Motley, Subsecretario de Asuntos Latinoamericanos, y el almirante Daniel Murphy, jefe de gabinete del vicepresidente. El ayuda memoria del encuentro, realizado por el Departamento de Estado, contiene las líneas centrales de lo que habría de ser la relación que Alfonsín intentaría llevar adelante con la Casa Blanca.
Como estaba previsto en sus documentos privados, Bush abrió el diálogo afirmando
“Ahora los Estados Unidos y Argentina podrían convertirse en socios iguales en la búsqueda de la paz y la prosperidad mundiales” y que creía que había “un gran potencial para las acciones conjuntas entre las dos grandes naciones”. Alfonsín respondió que “estaba muy contento de escuchar esto” y consideró que las relaciones deberían ser posibles “entre socios maduros”. Alfonsín aclaró que “las dos naciones tienen muchos intereses comunes y que también había intereses diferentes y contradictorios que no especificó. Dijo que deberíamos esforzarnos para que los puntos de vista diferentes se conviertan en intereses comunes y los puntos de vista contradictorios simplemente se conviertan en puntos de vista diferentes. Dijo que las relaciones bilaterales sufrieron debido a la guerra de Malvinas, pero este mismo problema podría convertirse en una posible vía para mejorar nuestra relación”.
A renglón seguido, Alfonsín aclaró que “las democracias del mundo deben estar unidas pero el tema de Malvinas los divide. Es importante comenzar a implementar la resolución de la ONU sobre las Malvinas”, a la vez que propuso que “las conversaciones entre el Reino Unido y Argentina deberían comenzar, incluso con agendas diferentes, pero era importante comenzar las conversaciones”. Luego fue más específico: “Debe haber un final para la zona de exclusión y, a toda costa, la conversión de las Islas en una fortaleza militar debe detenerse antes de que el Atlántico Sur se convierta en el Atlántico Norte” y que la Argentina “espera que los Estados Unidos coopere para evitar tal situación”.
Bush respondió que creía que “el Reino Unido quiere avanzar en la reconstrucción de sus relaciones con Argentina. La decisión de los Estados Unidos de certificar ante el Congreso las mejoras de Argentina en la observancia de los derechos humanos no fue fácil de aceptar por los británicos. Estados Unidos ha demostrado su apoyo a Argentina” y que su país “puede ayudar a mejorar las relaciones entre dos amigos”.
“Cuando el Vicepresidente aludió a algunas manifestaciones de hostilidad contra los Estados Unidos entre aquellos que se encontraban en las grandes multitudes en el centro de la ciudad, el presidente argentino dijo que los estadounidenses no deberían ser ingenuos. Si bien es cierto que existe un sentimiento adverso en Argentina desde la guerra de Malvinas, esa no fue la razón de los casos aislados de hostilidad que el vicepresidente pudo haber observado. Hay grupos en América Latina que levantan pancartas que no son pancartas nacionales, sino que son las del conflicto Este/Oeste. América Latina es un campo de batalla para la propaganda ideológica. De ninguna manera, quienes lo demostraron representan la gran mayoría de los argentinos. Son solo un pequeño grupo que en Argentina se llaman `ultras`. Tienen su propia agenda, que no es la agenda de Argentina”.
Luego, el vicepresidente extendió una invitación al presidente Alfonsín para hacer una visita de trabajo a los Estados Unidos a finales de 1984 (se realizo en 1985). Bush predijo que al presidente Alfonsin le gustaría mucho dialogar con el presidente Ronald Reagan y Alfonsín respondió que sería un gran placer conocer al presidente Reagan y visitar los Estados Unidos.
Bush dijo que hay áreas específicas en las que Estados Unidos esperaba que pudiera cooperar y apoyar. Señaló que el subsecretario del Tesoro, Robert T. Mc Namara, era miembro de su delegación y se estaba reuniendo con el nuevo equipo económico argentino. “Estados Unidos trataría de ser lo más útil posible para ayudar a Argentina a resolver sus grandes problemas financieros”.
“El presidente Alfonsín respondió que una disminución de la magnitud del problema de la deuda es absolutamente vital para él. Dijo que existe el peligro de que su administración no pueda cumplir las expectativas que despertó. Dijo que era esencial terminar con las limitaciones al desarrollo de Argentina impuestas por los enormes requisitos del servicio de la deuda. Dijo que Argentina siempre paga sus deudas. La forma en que Argentina paga su deuda es exportando. Era vital encontrar mercados para las exportaciones de Argentina y organizar una refinanciación equitativa de la deuda, pero no debería haber ninguna duda de que Argentina pagará. El vicepresidente repitió que Estados Unidos trataría de ayudar y que el mercado de los Estados Unidos debería estar abierto a todos”. Luego aseguró que ese sería el caso y que Estados Unidos sería un buen socio comercial. Alfonsin dijo que este era un interés común básico y agradeció al vicepresidente por sus garantías. Señaló que incluso Argentina tuvo que extender la ayuda a los países en peligro. Dijo que Argentina tendría que pagar a Bolivia $ 270 millones muy pronto, una suma que Argentina apenas podía pagar.”
El presidente Alfonsín agregó que su principal prioridad debía ser expandir la economía y alcanzar una mayor producción. Él creía que era muy importante que hubiera una reducción en las tasas de interés.
A continuación Bush planteó la cuestión nuclear, uno de los temas más delicados de su agenda personal. Dijo que Estados Unidos escuchó con gran sensibilidad las declaraciones de algunos funcionarios de la nueva administración de Alfonsín sobre el asunto y opinó que ambos países “podrían ser más comunicativos para garantizar que haya un flujo constante de cooperación científica y tecnológica” a fin de evitar la proliferación nuclear. Dijo que, en la medida en que Alfonsín pudiera cumplir con las salvaguardias nucleares internacionales, facilitaría mucho todas las áreas de cooperación bilateral. El vicepresidente dijo que esto era asunto de Argentina, pero las decisiones del presidente Alfonsín tendrían un efecto considerable en el grado de cooperación posible entre nuestros países. El vicepresidente dijo que no podía ser menos franco sobre un tema de tanta importancia”. La respuesta del mandatario argentino fue que “quería que el vicepresidente supiera de su decisión irrevocable y absoluta de que Argentina no construirá una bomba atómica. Dijo que Argentina haría acuerdos con sus vecinos que tranquilizarían a la opinión pública mundial”. El Vicepresidente, de manera contundente, transmitió al presidente Alfonsin el compromiso del Presidente Reagan de reducir considerablemente las armas: no sólo la limitación, sino también la reducción de armamentos. “Señaló que un presidente con las credenciales del presidente Reagan puede llegar a acuerdos efectivos con la Unión Soviética y obtener la ratificación de dichos acuerdos en el Senado. Es necesario involucrar a la Unión Soviética en discusiones que conduzcan a tales fines. El presidente Reagan se siente muy convencido sobre este tema. Estados Unidos absolutamente quiere reducir las armas, sin embargo, se necesitan dos para bailar tango. El vicepresidente sostuvo que creía que había un creciente apoyo en Europa del Este para la reducción de armas. Sabía que en Estados Unidos el presidente Reagan es lo suficientemente fuerte como para lograrlo. El presidente Alfonsín dijo que esto realmente era un mensaje de esperanza.”
Al final del encuentro Bush presentó a otros funcionarios que habían mantenido conversaciones paralelas con los ministros argentinos de Economía y Defensa, Bernardo Grinspun y Raúl Borrás.
Fuente: www.infobae.com/