Las regiones del mundo que ya han superado el punto más álgido de la pandemia del coronavirus están gradualmente saliendo del encierro forzado que se impuso para intentar controlar la propagación de la infección.
Sin embargo, eso no significa que se esté regresando a la normalidad.
Según muchos expertos, el coronavirus estará con nosotros durante mucho tiempo y para evitar el resurgimiento de covid-19 (como parece estar sucediendo en Irán) y subsiguientes oleadas potencialmente devastadoras, todas las sociedades tendrán que adaptarse a un mundo postcoronavirus.
Los cambios drásticos en la actividad económica y social presentarán grandes desafíos a los gobiernos y sus pueblos. Ya vimos (y continuamos viendo) algunas de las extremas medidas que diferentes países impusieron durante la crisis y las reacciones de los variados sectores sociales al ver sus rutinas completamente cambiadas.
Cómo los líderes comuniquen e implementen las nuevas normas y cómo asimilen y respondan a ellas sus pueblos serán factores clave del éxito.
BBC News Mundo conversó con el antropólogo social Thomas Hylland Eriksen, autor y profesor de la Universidad de Oslo, Noruega, sobre cómo las diferentes sociedades aceptarán, tolerarán y colaborarán con los cambios necesarios para vivir en un mundo post coronavirus.
Mucha de la investigación del doctor Eriksen tiene que ver con las implicaciones de la globalización en comunidades locales. Trabaja extensamente en criollización, política de identidad, etnicidad y nacionalismo.
En los últimos años su trabajo se ha concentrado en cambios acelerados en el mundo y al respecto ha publicado, entre varios otros libros, "La tiranía del momento: el tiempo rápido y lento en la era de la información", "Boomtown: la globalización desenfrenada en la costa de Queensland", y "Recalentamiento: una antropología del cambio acelerado".
Esta entrevista ha sido editada por razones de claridad y concisión.
Thomas Hylland Eriksen empezó hablando sobre uno de sus más recientes libros "Recalentamiento: una antropología del cambio acelerado" y la relación de este tema a la actual pandemia de coronavirus.
Usé la metáfora de "recalentamiento" para hablar sobre los cambios acelerados ocurridos desde los años 90, con el final de la Guerra Fría, la proliferación de internet, el teléfono móvil, la desregulación de las economías en India y China, etc..
El recalentamiento se refiere al cambio rápido cuya fricción genera el aumento de calor sin un termostato, sin algo que lo gobierne, sin una instancia que pueda alertar al sistema que se ha llegado a un límite, que se debe ralentizar, se puede reducir, dejarse enfriar, porque se está destruyendo el planeta y estamos cavando nuestra propia tumba.
Así que cuando la pandemia de coronavirus llegó, de pronto este mundo recalentado del cual he estado investigando, entró arrasando y cambió todo en unos pocos días. A mediados de marzo, la mayoría de los países aplicaron algún tipo de confinamiento o cierre, los economistas del mundo empezaron a hablar de la peor crisis en los últimos 300 años, eventos dramáticos.
Como científico social enfocado en cambios acelerados, estoy interesado en la globalización y sus efectos secundarios, la actual situación ofrece una gran cantidad de información para mi investigación. Ahora que hemos llegado a este enfriamiento impuesto e involuntario, tal vez nuestro comportamiento tendrá que cambiar.
¿Qué fue lo que más lo impactó en la manera como los diferentes países aplicaron sus medidas frente a la pandemia y las reacciones de sus poblaciones?
Cómo de un día para otro pasamos de una situación más o menos normal a que los gobiernos en todo el mundo entraran en pánico.
No sabían qué hacer, de manera que inmediatamente se volvieron muy draconianos. La primera ministra de Noruega -uno de los países abanderados de la democracia en el mundo- declaró que estábamos como en un estado de guerra que exigía medidas extraordinarias, que el gobierno tendría que asumir poderes para actuar por decreto porque no había tiempo para aprobar nuevas legislaciones en el Parlamento.
Me impactó la velocidad, la urgencia y el drama. Pero también el hecho que hubo poca coordinación internacional, sin embargo, casi todos los gobiernos se comportaron casi igual. Naturalmente hay excepciones: Estados Unidos, Brasil, Turkmenistán -donde el presidente simplemente prohibió la mención de la palabra coronavirus - y Bielorrusia, donde el presidente Lukashenko recomendó vodka y saunas para combatir la infección. Pero en general, de Botsuana a Nepal, de Perú a Tailandia, se aplicaron medidas comparables.
Pero no todas las poblaciones reaccionaron igual a las medidas
La gente reaccionó de diferentes formas porque los pueblos se relacionan de distintas formas con sus gobiernos. En algunos países la gente tuvo que ser forzada, inclusive amenazada para cumplir. En Francia, por ejemplo, se impusieron algunas de las medidas más estrictas de Europa, fuera de España e Italia, si se violaban las reglas se recibiría una cuantiosa multa. Y hubo países como Kenia que mandó a policías y paramilitares fuertemente armados para asegurar el cumplimiento de la población bajo amenaza de matarlos y, de hecho, hubo muertos..
Eso nos dice algo de la confianza, de la distancia que puede haber entre el gobierno y los gobernados. El gobierno no confía en el pueblo que gobierna y viceversa. Hay un nivel bajo de confianza y hay que amenazar a la gente para que haga lo que se le pide.
Luego están los países autoritarios, que utilizan esta crisis como un pretexto para tomar una dirección aún más autoritaria. Este sería el caso de China, como muchos han señalado, pero también países como Hungría o Turquía.
Pero también están los países como Estados Unidos, que muestra lo poco integrado que está porque simplemente [su pueblo] no se pone de acuerdo consigo mismo sobre nada. Es una situación bastante caótica y peligrosa, que podría explicar por qué EE.UU. tiene casi un tercio de todos los casos documentados de coronavirus.
Finalmente, están las sociedades tipo escandinavas. De relativa pequeña escala, con una distancia social muy estrecha entre los líderes y los gobernados, y con una reputación de tener bajos niveles de corrupción. Es un hecho que los políticos en los países escandinavos no son ricos, son personas comunes y corrientes, como usted o yo. Nuestra primera ministra se dirigió a nosotros como una preocupada miembro de la familia, no como un amenazante líder autoritaria. Nos dijo que era una situación difícil para todos y lo entendimos.
Las crisis son como una especie de lupa, que magnifica fuera de toda proporción las tendencias existentes en una sociedad para que las podamos ver con mayor claridad y se vuelven más pronunciadas y visibles.
¿Qué hace que una sociedad responda a instrucciones o reglas directas mejor que una serie de recomendaciones?
Si tomamos a Suecia, que ha sido citada frecuentemente como una excepción [en la estrategia que tomó], revela un alto grado de confianza que hay en que la población tiene buen criterio y eso es lo que defendió Suecia con la política que implementó.
Se puede debatir si han tenido éxito, pero esa es la actitud, que el gobierno es un extensión de nosotros mismos, de alguna manera es nosotros, no hay distinción entre la sociedad y el Estado en Escandinavia, cuando ciertamente la hay en países como España o Italia donde la sociedad está separada del estado.
Explica mucho sobre esa relación entre gobierno y gobernado. ¿Tenemos que usar el palo o basta con la zanahoria para poder gobernar?
¿Cómo se establece esa relación de confianza, ese acercamiento entre sociedad y Estado, que el pueblo realmente se identifique con su gobierno?
Es verdad que algunos lugares no funciona así. Pero puede ser que, en situaciones de crisis, la población tienda a poner mayor atención y tal vez siga las reglas del gobierno más que en situaciones normales, como lo vimos en Italia que se dieron cuenta de que estaban en riesgo serio. También puede fortalecer solidaridad social.
Los ciudadanos deben sentir que reciben algo a cambio, que hay un cierto grado de decencia, que se pueda confiar en que la burocracia sea imparcial. Total imparcialidad es imposible, pero hay una percepción del pueblo de hasta dónde puede tener fe en que el Estado y la burocracia traten más o menos equitativamente a todos y si eso no funciona habría subversión en lugar de apoyo, que es el caso en varios países.
¿Cuáles son la características específicas de una sociedad que determinan su comportamiento? ¿Qué las hace seguir las reglas?
Según las sociedades. Hay unas donde descaradamente no siguen las reglas. Se manifiesta en algunas partes de Estados Unidos y, hasta cierto punto, en Brasil porque reciben mensajes contradictorios de diferentes sectores del gobierno. El gobernador de un estado dice algo y el presidente dice otra cosa completamente diferente.
Pero, en general, cuando un pueblo obedece las recomendaciones, es por temor, por ansiedad, es lo que impulsa a la mayoría a cumplir las normas en muchos lugares del mundo.
En otras sociedades, es la fe ciega en las buenas intenciones del gobierno. Lo podemos ver no sólo en los países escandinavos, Nueva Zelanda o en Mauricio, en África. Una población pequeña siempre ayuda porque hay menos distancia entre gobierno y gobernados. Pero eso no es suficiente. Porque se puede ser un país de pequeña escala y ser caótico. Como Libia, que tiene la misma población de Noruega, pero es un desastre, o Israel que está profundamente dividido.
También es necesario un cierto grado de igualdad, donde la disparidad social sea menos pronunciada. Que el 1% sean los dueños y el resto de nosotros estemos oprimidos no es la receta para una sociedad civil estable con alto nivel de confianza, porque las personas no pertenecen a la misma comunidad moral.
Mucho de eso depende del poder económico de un país, su estilo de gobierno. Pero, ¿hay algún tipo de psicología colectiva que juega un papel?
Eso creo y tiene que ser explicada de manera histórica. No es que los pueblos del norte de Europa están predestinados a ser más confiados en el gobierno que otros. Hay razones históricas. Hay estudios sobre la confianza que demuestran que los escandinavos son muy confiados, y no sólo confían en el "qué" -la anónima burocracia del Estado y sus instituciones- sino en el "quién" -en ellos mismos. Por ejemplo, una joven puede salir de un bar el viernes por la noche y caminar sola a casa con casi total confianza que nada le pasará, mientras que en Estados Unidos esa confianza es sólo del 40% y posiblemente menos que 30%, por estos días.
Así que hay diferencias importantes, que apuntan a la manera en que la sociedad civil funciona y cómo el gobierno se puede relacionar con su población. El sentido de solidaridad que se logra en sociedades igualitarias y relativamente pequeñas es el tipo de capital social que ahora está siendo utilizado en el intento por contener el virus.
Hay que añadir que, en una situación de crisis, algunos de los pesimistas entre nosotros creen que la bondad es sólo una delgada capa de barniz de la civilización y que debajo yace la naturaleza del mamífero inherentemente egoísta con sus colmillos y garras al acecho. Somos las dos cosas, en realidad y en muchas situaciones de crisis la solidaridad se fortalece porque hay escasez, o un enemigo común, o alguien ha invadido el país, hay menos alimentos y se tiene que compartir. Eso lo vimos en muchos países europeos durante la Segunda Guerra Mundial y lo estamos viendo ahora también.
Al comienzo de esta entrevista Usted mencionó de la mutua influencia de países en el combate contra la pandemia. ¿De qué manera sociedades pueden adquirir aspectos positivos de las otras y cambiar?
El aprendizaje sucede. En un momento en marzo, muchos gobiernos habían leído el mismo informe de la universidad Imperial College, en Londres, que dibujó un lúgubre panorama de lo que podíamos esperar, además de otros informes científicos.
Pero, sí, también miramos al otro lado de la frontera en búsqueda de inspiración para encontrar otras maneras de hacer las cosas.
Por eso es que Suecia ha sido excepcional, en el contexto europeo, tomando su propio camino sin escuchar a los otros y siguiendo las recomendaciones de sus propios científicos. Y ahora muchos suecos piensan que ha sido desastroso porque tantos han muerto.
¿Qué aspectos contradictorios existen entre las sociedades que las hacen enfrentarse entre sí mismas. Por ejemplo EE.UU., que es altamente individualista pero también se pueden encontrar expresiones de solidaridad?
En una enorme, diversa y compleja sociedad como EE.UU., es imposible generalizar porque hay comunidades locales donde mucha gente se ocupa y cuida de otros mucho más que en el lugar donde yo vivo en Noruega.
Pero hay una situación en donde unos están preocupados de no infectar a otros y en otras comunidades ha habido un aumento de ventas de armas y municiones porque la noción de que "las otras personas son mis enemigos potenciales y por eso me armo, para defenderme".
Ahí se ve este claro contraste, aunque también se ve en Europa. No expresada en la misma manera sino en el conflicto ideológico que ha predominado en los últimos 20 años. Algunos piden más aislamiento, más nacionalismo, más controles fronterizos para mantener el virus al margen. Mientras que otros piden más cooperación internacional porque, como expresan, esto es como la crisis climática que no se puede resolver por un solo país.
Así que este conflicto que vemos entre casi todos los países de Europa entre nacionalistas de un lado y los que abogan por globalización, del otro también está siendo amplificado.
En cuanto a los regímenes totalitarios, es verdad que son más eficientes, ya que pueden controlar a sus poblaciones pero al costo de privarlos de libertad.
En vista de la disminución de casos de infección en muchos lugares, ahora la humanidad enfrenta un mundo postcoronavirus que va a ser drásticamente diferente a lo que estamos acostumbrados. ¿Qué cambios vaticina que van a haber?
Hay varios aspectos. Uno es que el comercio mundial muy probablemente se disminuirá. No es que los buques de contenedores vayan a desaparecer, pero se ralentizará porque la economía de "just in time" (justo a tiempo) ya no es tan fiable como antes y no se mantendrá. La economía mundial se ralentizará y no recuperará la velocidad que tuvo hasta marzo de este año.
Es difícil concebir de un turismo masivo visto sólo en los últimos años, porque habrá más cautela, más ansiedad asociadas con la movilidad con el contacto con otros. Así que los viajes serán considerados más riesgosos y probablemente más engorrosos porque habrá más medidas de seguridad en las fronteras.
Otra cosa es la migración por razones de trabajo. Usted y yo estamos comunicándonos por Skype, como si fuera la cosa más normal. El trabajo en oficinas, las personas que trabajan en información y comunicación, se ha estado trasladando a plataformas digitales y eso continuará, para bien y para mal. Tendrá efectos negativos pero nos hace más eficientes.
Finalmente, en la interacción diaria también habrá más cautela. Así que será interesante ver qué pasará con los partidos de fútbol después de este verano. ¿Se sentirán cómodos 50.000 espectadores en Old Trafford [estadio de Manchester United] a ver el equipo o preferirán verlo en casa por televisión? Creo que la cautela será un cambio, si no permanente, de largo plazo. La distancia social, el temor de ser contaminado por el vecino.
¿Piensa, entonces, que eso motivará a los países a optar por el aislamiento y que habrá menos cooperación internacional? ¿Cerrarán sus puertas los países por el temor al otro?
Esa es una posibilidad y un riesgo. Lo que los políticos deben hacer es sentarse a discutir los aspectos de globalización que han expuesto lo vulnerables que somos por estas redes globales.
Una posible conclusión sería menos comercio de materias primas, porque es peligroso y ha sido por un tiempo, como lo demostrado por la entrada de las especies invasivas y las enfermedades como resultado del comercio. Eso también ha generado problemas ambientales con el cambio climático y la contaminación.
Pero menos comercio global no implica menos globalización en otro respecto. Tal vez se necesita más cooperación internacional. Esa cooperación internacional no ha funcionado muy bien en los últimos años. Tenemos un presidente estadounidense que está explícitamente opuesto a ella, pero la Unión Europea también ha sido incapaz de forjar una política común durante esta crisis, como tampoco con la crisis de refugiados sirios.
Tal vez, habrá un resurgimiento de esta cooperación internacional que se vio después de la Segunda Guerra Mundial, cuando los países del mundo se dieron cuenta de que todos estamos juntos en la misma situación. Tenemos que cooperar o enfrentaremos una posible catástrofe. Así que ambos escenarios son posibles.
Cualesquiera que sean los cambios, la clave estará en la adaptación. ¿Qué sociedades podrán adaptarse mejor a estos posibles cambios?
Es imposible contestarlo. Pero un tema que ha salido a la palestra tiene que ver con la seguridad alimenticia. Hasta dónde dependemos de otros para tener algo que comer. Tal vez los países que son capaces de producir sus propios alimentos, países con una gran flexibilidad, que dependen menos de comercio transnacional.
Puede sonar contradictorio pero tal vez el tipo de sociedad más adecuada para lidiar con un futuro de postcoronavirus sería el de algunos países africanos, que comercian menos, sus poblaciones viajan menos donde sentirán menos el cambio. En países como España y Grecia, cuyas economías dependen en gran parte del turismo -en Grecia es más de 20% del PIB- ellos quedarían mucho más vulnerables y tendrían menos flexibilidad.
Los países en el norte de Europa, tenemos mucho capital social pero no somos autosuficientes. Aquellos países que tienen mayor flexibilidad, que tienen más espíritu de improvisación se podrían adaptar mejor.
Se puede usar la metáfora del descarrilamiento: toda la economía estaba marchando sobre los mismos rieles y de pronto se descarriló. ¿Cómo vamos a encarrilarla otra vez? Pues bien, estos países nunca estuvieron sobre esos rieles para empezar. Así que no sentirán la diferencia.
¿Ve nuevas estructuras sociales que reemplacen a las establecidas?
Sí. Lo estamos viendo a lo largo de esas líneas, como en Nueva Zelanda [con las burbujas sociales]. Es informal en este momento, pero sucede espontáneamente. ¿Cuáles son las personas con las que nos sentimos cómodos? No son necesariamente los miembros de la familia. Pueden ser colegas del trabajo, personas de las cuales conocemos algo, en las que podemos confiar. Mientras que los otros que están afuera de ese pequeño círculo no son tan confiables y no me debería meter con ellos.
Es un poco desafortunado porque, mientras fortalecen la solidaridad a una escala menor, lo que necesitamos en sociedades de mayor escala es solidaridad generalizada.
Debido a las restricciones de movilidad que estamos viendo en todas partes la gente se está familiarizando más con sus vecindarios inmediatos, porque es ahí donde pueden caminar, tal vez conversar con otros.
¿Pero esa tendencia no crearía mayores divisiones a lo largo de líneas raciales, étnicas, religiosas y sexuales?
Ese es un peligro. Hay que pensar que esa diversidad está más asociada con los grandes centros urbanos. Grandes ciudades como Londres, París y Nueva York son cruces de caminos donde todo el mundo se encuentra, donde todo el mundo se reúne, y forjan algo nuevo y extraen una energía positiva que toman de esta diversidad.
Con una actitud más cautelosa, más ansiosa y más sospechosa hacia el mundo exterior eso podrá no volver a darse.
Todo ese énfasis en lo local, la gente familiar, en lo que se confía, la intimidad cultural, me parece que es regresivo, se remonta a las épocas premodernas donde no estábamos acostumbrados a tratar con personas que son diferentes.
¿Cuál es su perspectiva personal?
Como científico social observando el cambio en la civilización, este es un momento apasionante para mí porque está sucediendo tanto y hay mucho que estudiar. Pero a nivel personal me siento positivo sobre los resultados.
Uno tiene que ver con la ralentización. De repente tenemos todo este tiempo en nuestras manos. Tenemos que hacer las cosas más lentamente, pasamos más tiempo en nuestros entornos, no tenemos que despertarnos a las 5.30 de la mañana para tomar un vuelo, porque ya no existen y no hay a dónde viajar, así que nos quedamos en casa.
Vida pausada. Por estos días se está amasando mucho pan, horneando mucho. Tejer se está volviendo muy popular estos días, armar rompecabezas. Actividades lentas que se pueden hacer a solas o con amigos y familia cercana, que es claramente algo positivo porque realza la calidad de vida. Cero emisiones de carbono.
Por otro lado, no sería malo para el mundo si consumiéramos menos, si pensamos en el medio ambiente y los recursos limitados que tenemos a disposición para nuestra creciente población global.
Si nos acostumbramos a una vida más lenta y pasar más tiempo con nuestros allegados, quienes sean, eso no estaría mal. Y este es un momento apasionante porque es precisamente liminal, entre dos estados, de repente fuimos lanzados a un estado de excepción y nadie sabe qué resultará de este. Todo es posible en ese sentido.
Fuente: www.bbc.com/