En momentos en los que múltiples residencias de ancianos se han convertido en uno de los principales focos de covid-19 en España, muchas familias prefieren contratar a alguien para que se quede en casa cuidando a sus adultos mayores. Y ese alguien, con frecuencia, es una mujer latinoamericana.
En un apartamento en Valencia, una mujer de 89 años que apenas puede dar unos cuantos pasos cortos por sí misma, debería haber ingresado este mes a una residencia.
Pero el plan quedó postergado por miedo al nuevo coronavirus: algunos de estos centros están tan saturados que las autoridades han encontrado bajo sus techos a ancianos abandonados. Algunos, incluso muertos.
La solución para resguardar a esta mujer mayor —y por tanto, parte de la población más vulnerable a la covid-19— ha sido otra mujer: una inmigrante peruana de 34 años que, tras cuatro meses buscando empleo sin éxito, ahora tiene uno gracias a la pandemia.
Ana, que prefiere que no se sepa su verdadero nombre, dejó su país para "ayudar a su familia".
Gana 900 euros (unos US$990) al mes por estar de interna en aquel apartamento todo el día, todos los días, y de ese dinero debe pagar lo que gaste en comida para ella y la mujer a la que cuida.
"Al principio iba a tener los fines de semana libres, pero con la cuarentena, la familia me dijo que me quedara todos los días", cuenta por teléfono. A cambio, le dieron 40 euros (US$44) más al mes.
"No es nada, pero lo he tomado por no quedarme sin trabajo... y por no exponerme: no tengo papeles y no sé si puedo usar la sanidad".
Ana hizo hace poco la compra de todo el mes para evitar salir del edificio.
Teme que, ahora que la policía patrulla las calles para hacer cumplir el confinamiento, algún agente la pare y le pida esos documentos de los que carece.
También le asusta enfermarse: "Como es tan feo el virus y algunas personas han muerto, yo tampoco me quiero exponer. Yo quiero ver a mi familia nuevamente".
Así que pasa los días entre llamadas con sus padres, sus hijos y brindando compañía y ayuda a aquella mujer de quien deberá despedirse cuando acabe la pandemia y la ingresen finalmente a una residencia. Es decir, cuando ella se quede otra vez sin trabajo.
Trabajadoras de segunda
El nuevo coronavirus que surgió en China el año pasado y que se expande rápidamente por el mundo ha golpeado de manera especialmente dura a España, donde los contagiados superan los 100.000 este 1º de abril y más de 9.000 personas han fallecido a causa del virus.
La crisis sanitaria ha traído dolor y consternación al país, pero también le ha hecho recordar a la sociedad la importancia de algunas profesiones como la de médicos y enfermeros, a quienes se aplaude desde ventanas y balcones cada día a las ocho de la noche.
Otros han destacado en las redes sociales roles como el de los trabajadores de supermercados. Pero, a la hora de buscar a quién aplaudir, son menos quienes han mirado dentro de sus propias casas.
"Estamos también en la primera línea de batalla contra el coronavirus, cuidando allí donde el gobierno no está llegando y trabajando con un grupo de riesgo, que son las personas mayores", señala Carolina Elías, presidenta de la asociación Servicio Doméstico Activo de Madrid (Sedoac).
"Pero ¿en qué condiciones lo estamos haciendo?".
Cuatro de cada 10 empleados domésticos trabajan en la economía sumergida, muchos de ellos, por ser inmigrantes indocumentados.
Quienes sí cuentan con una relación laboral formal no solo forman parte del sector con los salarios más bajos del país —un 44% del sueldo promedio, según un estudio de 2019 de la Fundación Alternativas—; sino que cuentan con menos beneficios que el resto de asalariados.
Por ejemplo, este es el único colectivo que puede ser despedido sin razón y que no puede acceder a una prestación por desempleo.
"Las mujeres empleadas de hogar, sobre todo las migrantes, hemos sido la respuesta ante esta crisis. Pero la cosa es que lo valoren, y no con una palmadita y diciendo 'muchas gracias', sino con derechos", insiste Elías.
"Y pedimos los mismos derechos que el resto de trabajadores, no pedimos más".
"Hacer lo correcto"
La pandemia ha tenido diferentes consecuencias en el sector, donde más del 90% son mujeres y las latinoamericanas tienen una fuerte presencia.
Por un lado, ha generado empleo, como en el caso de Ana.
Por otro, lo ha destruido, ya que al haber más personas quedándose en casa o haciendo teletrabajo, algunas familias han optado por prescindir de sus servicios.
Ante la cuarentena, además, muchas están exigiendo a sus empleadas que se queden en casa indefinidamente pese a que, en España, las medidas de confinamiento sí permiten desplazarse para el cuidado de ancianos.
"Y ahora se han agravado sus cargas laborales porque, en muchos casos, ya no solo está el abuelito al que cuidaban, sino también la hija, el novio de la hija... Y mientras que fue contratada para cuidar al abuelito, ahora está lavándole las bragas a la hija, cuando ese no era su trabajo", asegura Elías.
Pese a la precariedad, algunas tienen muy clara la importancia de su puesto.
Es el ejemplo de Shany, una peruana de 43 años a la que la pandemia puso ante un dilema: ¿correr el riesgo de contagiar a la mujer mayor que cuidaba o renunciar a la única fuente de ingreso que le quedaba a su familia?
Ella eligió lo segundo.
"No me arrepiento, porque estaba en juego la salud de la señora. Está baja de defensas y es de edad avanzada", cuenta por teléfono desde Bilbao, donde vive desde hace poco más de un año.
Shany llegó a España huyendo de gente que la acosaba por un conflicto de tierras en Lima, una ciudad en la que, a su vez, su familia se había refugiado décadas antes, después de que el ejército "desapareciera" a su padre, cuenta.
El dilema surgió porque su marido se enteró de que el hombre de 90 años al que cuidaba de vez en cuando había sido hospitalizado por covid-19. Al poco tiempo, el hijo de seis años de la pareja empezó a presentar fiebre.
Aislarse no era una opción: el matrimonio y sus tres hijos viven en una sola habitación en un apartamento que comparten con tres personas más.
Shany decidió "hacer lo correcto" y llamó a la familia de la mujer mayor a la que cuidaba cada fin de semana para explicarles por qué no iría más.
Así fue como perdió los 120 euros (algo más de US$130) semanales con los que se mantenían.
"Al final, estamos todos bien y como ya ha pasado una semana, ahora tengo que encontrar trabajo de lo que salga, porque no tengo para el alquiler y mis hijos necesitan comer".
Sabe que buscar empleo en medio de la pandemia no será fácil: "Pero también hay personas que están dejando de ir a su trabajo por miedo al coronavirus".
"Va a ser difícil, pero no imposible".
"Machismo" y "racismo"
"La pandemia ha visibilizado el tema de los cuidados, que suele recaer en las mujeres pero, sobre todo, en las mujeres migrantes", afirma Angélica Zuluaga, coordinadora del Área de Mujer Migrante en el Servicio Jesuita a Migrantes de Valencia.
Zuluaga destaca como un gran paso que ahora haya muchas más empleadas del hogar extranjeras que "se reconozcan como trabajadoras que deben tener los mismos derechos que el resto".
"De buenas a primeras, una mujer migrante no tiene ese discurso. Su discurso suele ser: 'Yo he venido a trabajar y a poyar a mi familia'", comenta por teléfono.
Ella espera que la pandemia sirva para "reflexionar sobre el sector de los cuidados" y la dinámica desfasada que cree que todavía lo invade.
"Lo que les pasa a estas mujeres es que el resto cree: 'Yo te estoy dando la posibilidad de trabajar'. Es una estructura de poder detrás de la cual hay racismo".
Carolina Elías, de Sedoac, coincide.
Esta abogada salvadoreña vino a España hace más de una década con una beca para hacer un máster al que luego le siguió un doctorado que tuvo que abandonar por falta de medios económicos.
"Y el único nicho laboral que se me abrió, como mujer migrante, fue el del empleo del hogar", recuerda. Un sector al que cree que tendrá que volver pronto ahora que el Ayuntamiento de Madrid le ha cortado los fondos a la asociación.
Elías lamenta que en España no se "reconozca" a las empleadas de hogar como trabajadoras porque la mayoría son mujeres: "Y creen que por serlo, nacemos con el gen de cuidar y limpiar, y que por tanto esto no es un trabajo".
También cree que hay una cuestión de "clase", "muy vinculada todavía con eso de servir al amo".
"Y el tercer componente de por qué hay tanto desprecio o visibilidad a este oficio: porque mayormente, quienes lo realizamos somos mujeres extranjeras, con una fuerte representación de América Latina".
Una "privilegiada"
Ante este panorama, Paola Verdejo se considera una "privilegiada".
Tras 13 años en España, cuenta con un trabajo formal que le dio derecho a una licencia médica remunerada cuando empezó a presentar síntomas de covid-19.
"El abuelo de los niños que cuido había dado positivo y mi jefa, que es muy nerviosa, me dio la noticia de una manera tan dramática, que me dio una sensación de ahogo, de que se me había ido la vida en ese momento", cuenta esta chilena de 40 años.
Pese a que aún se puede oír a través del teléfono el esfuerzo que hace su pecho por coger aire cada vez que va a hablar, asegura que se está recuperando.
"Luego dije: 'No, yo no puedo reaccionar así'… Lo único que pensé fue en proteger a los demás. Sentí que mi cuerpo podía asimilarlo sin pasar a mayores, pero tenía miedo de contagiar a alguien a quien sí le podía costar la vida".
Entre aquellos a quienes podía poner en riesgo, está una pareja mayor a la que atiende por horas desde hace una década. También, su propia madre, de 65 años.
"Es complicado porque el piso es pequeño y quieren abrazarte. Estamos una en una esquina y la otra, en la otra, pero tenemos un solo baño y yo comparto la habitación con mi hija de 17 años", explica.
"Menos mal, de momento, mi madre está mejor que mi hija y yo", ríe. La pareja a la que cuida también parece estar bien.
El "privilegio" de Verdejo no la libra de largas jornadas laborales que empiezan a las ocho de la mañana y pueden acabar a las diez de la noche para reunir así los 1.400 euros (US$1.544) con los que vive su familia.
Aunque ahora, por el coronavirus, ha perdido uno de los cinco trabajos de limpieza y cuidado de ancianos y niños que compaginaba.
Verdejo lamenta que, estando con fiebre y el cuerpo adolorido, haya tenido que encargarse ella misma de los trámites por ser empleada del hogar.
"El trato no ha sido igual porque cuando alguien pilla el coronavirus en su trabajo, se considera accidente laboral... Además, las empresas se encargan de gestionar las bajas médicas y aquí lo he tenido que hacer todo yo".
Verdejo, que cuando llegó a España no tenía papeles, no cree que el sector haya mejorado: "Es una, personalmente, la que mejora sus condiciones y al hacerlo, ayuda a que las condiciones de otras mejoren".
Ante la pregunta de si la pandemia ayudará a revalorizar el rol de las empleadas domésticas, no se muestra muy optimista.
"Quisiera serlo, pero no lo tengo muy claro. El gobierno ha dicho que va a aprobar un subsidio para empleadas de hogar que se queden sin trabajo por el coronavirus. Pero es de un mes y me parece una burla", dice.
"Nuestro trabajo es tan digno como el de los sanitarios".
Para Carolina Elías, licencias médicas como la que ha podido solicitar Verdejo son solo uno de los pocos pasos que se ha dado hacia ese "sueño" que tienen las empleadas domésticas en España: "La igualdad de derechos con el resto de trabajadores".
Fuente: www.bbc.com/