El Presidente está convencido de que quienes cuestionan a su jefe de Gabinete en realidad lo están desafiando a él.
No es ningún secreto. Alberto Fernández tiene una bajísima consideración por Mauricio Macri. Pero su mirada sobre Marcos Peña es aún peor, casi cruel. Por eso quienes lo visitaron en septiembre del año pasado en sus oficinas de la calle México se sorprendieron cuando Fernández les reveló que pensaba replicar el modelo del macrismo: ubicar en la Jefatura de Gabinete al alter ego del Presidente. En ese momento no quiso anticipar el nombre del suyo, pero Santiago Cafiero ya empezaba a aparecer a su lado en cada reunión."Macri tiene razón cuando dice que quienes critican a Peña lo están criticando a él", abundó Fernández ese día antes de despedir a sus visitantes.
Para evitar desgastes prematuros, el presidente electo recién confirmó pocos días antes de asumir que Cafiero ocuparía el cargo más importante de su gabinete. Y hoy, a sólo cinco meses de haber llegado al poder, empieza a sufrir en carne propia lo que padeció Macri en el último tramo de su gobierno: las críticas crecientes a su mano derecha. Y, como reconoció en la intimidad después de haber ganado las PASO, el Presidente está convencido de que quienes cuestionan cada vez con mayor virulencia a Cafiero en realidad lo están desafiando a él.
A lo largo de ocho años al lado de Macri en el gobierno porteño y después otros cuatro en la cúspide del Gobierno nacional, Peña sumó múltiples enemigos internos. Entre muchas cosas, le cuestionaron más de una vez su resistencia a sumar nuevos aliados para fortalecer la alianza gobernante. Cuando finalmente se resignó a aceptar la incorporación de Miguel Angel Pichetto en la fórmula presidencial resultó demasiado tarde. Entonces, los mismos que reconocían que la estrategia de Peña había sido clave para alcanzar la Presidencia en 2015 le achacaron la responsabilidad casi absoluta de la derrota en 2019. Pero Macri logró sostenerlo hasta el final. Nunca se sabrá qué habría ocurrido si hubiera accedido a las presiones para desprenderse de su otro yo, aunque probablemente nada muy distinto a lo que sucedió.
En medio de las presiones en torno a las características de la cuarentena por el coronavirus y de las consecuencias que tendrá sobre la cantidad de muertos y la crisis económica que se avecina, y también de la pulseada con los bonistas para evitar el default, el Presidente tiene que resistir también una ráfaga de fuego “amigo” contra su jefe de Gabinete. El problema no es el rechazo opositor a los “superpoderes” que le otorgó con la excusa de la lucha contra la pandemia sino los comentarios internos sobre ciertas fallas de gestión y la falta de cintura política.
Antes de asumir, Alberto Fernández también contó que había armado un gabinete para que lo acompañara a lo largo de sus cuatro años de gobierno y no un equipo alternativo que pudiera sufrir modificaciones tras un rápido desgaste. Claro que cuando pensó todo eso el coronavirus no acechaba ni siquiera a China. La pandemia obligó a modificar los planes y complicó un escenario económico que ya de por sí se presentaba complicado por la herencia recibida. Y si bien las tensiones políticas parecieron tener una tregua durante las primeras semanas de cuarentena todo indica que ese impasse ya se terminó. De hecho fue el propio Presidente quien se involucró en los cruces dialécticos con los sectores duros de la oposición para diferenciarlos de los más colaborativos con la gestión.
Los riesgos que amenazan hoy a Alberto Fernández no estarían en la vereda opositora. En la cornisa por la que está obligado a transitar para minimizar el riesgo de contagios de coronavirus y la parálisis económica de la cuarentena, el Presidente tendría que cuidarse también de alguna zancadilla que podrían intentar tenderle desde el propio Frente de Todos. No personalmente a él, pero sí quizá a su alter ego. En ese sentido, la reunión de la semana pasada con Cristina Kirchner no habría servido para ahuyentar los temores.
No parece casual que el funcionario que elogian los mismos que critican a Cafiero sea el ministro del Interior, Eduardo “Wado” De Pedro. Los gobernadores aseguran que se sienten más cómodos cuando hablan con él y que, en los hechos, muchas veces termina ejerciendo como virtual jefe de Gabinete. Entre el destrato que le dispensa a uno y el cariño que tiene por el otro, hay elementos de sobra para suponer que a Cristina no le desagradaría la idea de que De Pedro se mudara de despacho en la Casa Rosada.
Para Alberto Fernández, la salida de Cafiero sería un golpe difícil de asimilar. No porque no se sienta cómodo con su actual ministro del Interior, todo lo contrario. Pero tener que sacrificar a su jefe de Gabinete tan pronto significaría un mazazo, sobre todo para un Presidente que sabe que tendrá que pasar mucho tiempo para demostrarles a propios y extraños que la influencia de su vicepresidenta no lo condiciona a tomar medidas que no comparte.
"El jefe de gabinete es ese ministro sin poder real que representa la articulación del poder”, sostuvo el Presidente al describir el cargo que él ocupó con Néstor Kirchner y también con Cristina. Esa articulación del poder es la que está intentando llevar adelante él mismo. Y Alberto Fernández no encuentra hoy ningún motivo para desprenderse de su alter ego. Por lo que si eso sucediera, entonces, sería prácticamente imposible asegurar que se trató de una decisión propia.
Fuente: www.infobae.com/