La heroína que con un "No" salvó a una generación de bebés de una tragedia en EE.UU. (y cómo su legado está más vigente que nunca)-bbcenespañol.com

El "no" que la doctora Frances Oldham Kelsey le dio a una compañía en 1960 ha sido uno de los más poderosos en la historia de la industria farmacéutica.

Con su negativa ayudó a “salvar, quizás, a miles de personas de la muerte o de una incapacidad de por vida”, dice la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés).

Cuando la médica comenzó a trabajar en esa organización, le dieron lo que parecía ser una solicitud “fácil” de procesar.

Se trataba de un fármaco que inicialmente se había comercializado como sedante en Europa, a finales de los años 50, y después para aliviar las náuseas durante el embarazo.

Para 1960, el medicamento era accesible en decenas de naciones.

Pero Kelsey le bloqueó el camino a la compañía que lo quería vender en Estados Unidos porque no estaba satisfecha con la evidencia presentada sobre su inocuidad.

Varios meses después emergería un vínculo terrible que la comunidad científica internacional desconocía: la talidomida causaba daño severo en los fetos.

Fueron al menos 10.000 niños que nacieron con diferentes malformaciones. Algunos sin brazos, otros sin piernas.

Se teme que muchos otros murieron en el útero.

La tragedia golpeó a familias de más de 45 países.

 

“El señor Oldham”

La pasión por la ciencia llevó a Kelsey, quien nació en Canadá en 1914, a especializarse en farmacología.

Cuando terminó una maestría en 1935, uno de sus profesores en la Universidad McGill, en Montreal, la animó para que se postulara a una vacante que se había abierto como asistente de investigaciones en la Universidad de Chicago.

El profesor Eugene Geiling, quien había creado el departamento de Farmacología, le envió una carta de aceptación pero cometió un error: la dirigió al “Sr. Oldham”.

El científico había confundido “el nombre Frances por el masculino Francis”, contaron Adam Bernstein y Patricia Sullivan, del Washington Post, en el obituario de Kelsey, quien murió en 2015 a los 101 años.

La carta le hizo dudar a la joven científica.

“En esos días, cuando una mujer tomaba un trabajo, se le hacía sentir como si estuviera privando a un hombre de su capacidad para sostener a su esposa e hijo”, reflexionó la científica en una entrevista con The New York Times.

“Pero mi profesor dijo: ‘No seas estúpida. Acepta el trabajo, firma con tu nombre y agrega 'señorita' entre paréntesis’”.

Años después Kelsey bromearía sobre ese episodio y diría que “si su nombre hubiese sido Elizabeth o Mary Jane su carrera pudo haber terminado ahí”.

Así lo cuenta Andrea Tone, profesora de Historia de la Universidad McGill, en la animación de TED Ed: “How one scientist averted a national health crisis” (“Cómo una científica evitó una crisis nacional de salud”).

 

Una estudiante

En la Universidad de Chicago, Kelsey evidenciaría “los peligros de la negligencia en la supervisión de fármacos”, cuenta Stephen Phillips, en “How a courageous physician-scientist saved the U.S. from a birth-defects catastrophe” (“Cómo una médica-científica salvó a EE.UU. de una catástrofe de defectos de nacimiento”), publicado en la web de esa universidad.

Como estudiante de posgrado en 1937, Kelsey desempeñó un rol clave en “otro caso histórico de la regulación de medicamentos del siglo XX”.

Kelsey ayudó a Geiling a investigar la muerte de 107 personas en diferentes partes del país.

Todo apuntaba -reseña el Washington Post- a un fármaco para combatir infecciones estreptocócicas.

Aunque no había sido sometido a las pruebas de seguridad necesarias, el medicamento se comercializó.

“Muchos de los que se tomaron la medicina, incluyendo un número alto de niños, sufrieron de una muerte agonizante”, recordó el periódico estadounidense.

Geiling le había encomendado a su pupila que probara el fármaco en animales. Kelsey observó su efecto letal en ratas.

Esa tragedia llevó al Congreso de Estados Unidos a aprobar una legislación más estricta para garantizar que un medicamento fuese inocuo antes de que saliera al mercado.

“Fue ese requisito lo que décadas después llevó a la doctora Kelsey, como funcionaria médica de la FDA, a negarse a aprobar la aplicación de la talidomida hasta que la compañía pudiera proveer la evidencia requerida sobre su seguridad”, le dice a BBC Mundo la FDA.

 

“Demasiado positiva”

En la Universidad de Chicago, Kelsey no sólo trabajó como investigadora sino como profesora.

Allí también se graduaría de médica y conocería a su esposo F. Ellis Kelsey, otro de los científicos que ayudó a evitar que la talidomida se comercializara en ese país.

En 1960, Geiling trabajaba en la FDA y no dudó en contratar a Kelsey.

A tan solo un mes de estar en su nuevo puesto, a la médica “se le asignó revisar una solicitud para vender un (fármaco) que ayudaba a dormir, que ya era ampliamente recetado en otras naciones para las náuseas del embarazo, entre otras condiciones”, señala Phillips.

De acuerdo con el autor, Kelsey recordaba con nitidez su primera reacción al ver la aplicación de la compañía William S. Merrell para comercializar el medicamento:

“Era demasiado positiva; no podía ser el fármaco perfecto, sin riesgo”, decía.

Merrell buscaba lanzar al mercado el producto que había sido creado por la farmacéutica alemana Chemie Grunenthal.

 

“Fácil para empezar”

En una entrevista con la Universidad de Victoria, de Canadá, Kelsey recordó esa etapa de su vida profesional:

“Mi primera aplicación fue para el fármaco talidomida y me la dieron porque, como era nueva, pensaron que debía tener una (solicitud) fácil para empezar”, dijo.

“Todos sentimos que la solicitud inicial era inadecuada” porque no demostraba su inocuidad.

La experta evocaba que se había generado una discusión sobre qué tipo de información podían tener los representantes de la compañía acerca de “cuán seguro era el fármaco durante el embarazo”.

“Desde septiembre de 1960 hasta noviembre de 1961, Kelsey y un grupo de colegas de la FDA fueron todo lo que se interpuso entre la nación y el fármaco talidomida, que causó defectos congénitos masivos y muertes fetales en todo el mundo”, reflexiona Phillips.

Aunque la farmacóloga se convirtió en la figura central del caso -especialmente tras un reportaje del Washington Post que alabó su “escepticismo y tenacidad (…) para prevenir lo que pudo haber sido una espantosa tragedia estadounidense”- Kelsey siempre compartió el crédito con sus superiores y los otros dos miembros del equipo: el farmacólogo Oyam Jiro y el químico Lee Geismar.

 

En el feto

En la década de 1950, señala el Museo de la Ciencia de Reino Unido, “los científicos no sabían que los efectos de un fármaco podían pasar por la barrera placentaria y dañar a un feto en el útero”.

“Por eso, el uso de medicamentos durante el embarazo no era controlado estrictamente”.

Y esa creencia de que el feto estaba protegido en el útero se extendió al inicio de la década de los 60, señala Tone.

“Las investigaciones previas de Kelsey en animales demostraban lo contrario: los fármacos podían pasar de la madre al feto a través de la placenta”.

Merrell, como sucedía con otras farmacéuticas de la época, no había probado el fármaco en animales preñados,.

Para Keysel, la evidencia presentada sobre la inocuidad del medicamento no era suficiente ni adecuada, pues parecía basarse más “en testimonios que en los resultados de estudios bien diseñados” y de pruebas clínicas.

Así que rechazó la solicitud y pidió más información.

 

La presión

La compañía presentó más datos pero también ejerció una campaña de presión contra Kelsey.

“Hubo cartas, llamadas y visitas de los ejecutivos de Merrell. Fue calificada de burócrata quisquillosa, terca e irrazonable”, recordaba Robert D. McFadden en el obituario de Kelsey de The New York Times.

“Kelsey se dio cuenta de que estar sometido a cierta presión por parte de un patrocinador de medicamentos entraba en el territorio de ser un revisor de fármacos de la FDA, al menos en esa época”, le indica a BBC Mundo la FDA.

 

Noticias devastadoras de Europa

A Kelsey seguía sin convencerle la evidencia presentada por la compañía y rechazó las siguientes aplicaciones. Fue entonces que sucedió algo determinante.

En febrero de 1961 -cuenta Phillips- la médica leyó un artículo en la revista British Medical Journal, en el que un doctor reportaba efectos adversos en los brazos y piernas de pacientes que había tratado con talidomida.

Eso no sólo aumentó su preocupación, sino que la llevó a pedirle a la empresa pruebas de que el fármaco no era dañino para los fetos.

Meses después noticias devastadoras emergerían y así lo recordó la doctora en la entrevista con la Universidad de Victoria: “Información procedente de Europa hacía una terrible asociación entre el fármaco y defectos de nacimiento muy severos”.

Pero no sólo era Europa. Ese mismo año, el obstetra australiano William McBride también había encendido la alarma en un artículo publicado en The Lancet.

“Las autoridades se apresuraron a atar cabos e identificaron la talidomida como el denominador común. En cuatro oportunidades Kelsey había usado la palanca reguladora que ponía a su disposición la legislación de 1938 para rechazar la solicitud de Merrell por falta de datos”, recuerda Phillips.

En su quinto intento, dice el autor, Merrell le notificó a Kelsey que cancelaba su solicitud.

 

Casos en EE.UU.

El medicamento nunca fue comercializado en Estados Unidos. Sin embargo, el país no fue inmune a la tragedia.

“Hubo alrededor de una docena y media de niños nacidos en Estados Unidos con los efectos de la talidomida, (porque) el fármaco había sido distribuido legalmente para fines de investigación”, indica la FDA.

Pero -advierte- de haberse comercializado, si la aplicación se hubiese aprobado en el momento en que se presentó, “pudo haber resultado en un número asombrosamente mayor de niños nacidos muertos o con defectos graves”.

Las autoridades sanitarias de ese país lograron recuperar muchas de las muestras que se habían distribuido.

Lo sucedido con la talidomida ayudó a que en 1962 se estableciera una legislación más robusta para regular los medicamentos en Estados Unidos.

“Hubo cambios en la ley y uno de los requisitos era que antes de que un fármaco fuese comercializado se tenía que demostrar no sólo que era inocuo sino efectivo para su propósito”, recordaba Kelsey en la entrevista con la Universidad de Victoria.

 

Independencia

En 1962, la FDA puso a Kelsey a cargo de la unidad para analizar y regular medicamentos nuevos.

Después, se convertiría en la directora de la Oficina de Investigaciones Científicas de esa organización.

De acuerdo con Daniel Carpenter, profesor de Gobierno de la Universidad de Harvard, uno de los legados más grandes de Kelsey es haber sido una de las impulsoras de una visión en la que la ciencia independiente y el estado de derecho debían estar en el corazón de las regulaciones farmacéuticas en Estados Unidos.

“No se trataba sólo de un asunto de ciencia, sino que también era una cuestión de no recibir influencia política desde arriba o (de una fuente) externa a la agencia”, le dice el experto a BBC Mundo.

“(Kelsey) ayudó a establecer una cultura en la FDA en la que los funcionarios médicos, y no personas designadas políticamente o electas para la Casa Blanca o el Congreso, tomaban las decisiones esenciales y lo hacían siguiendo el criterio científico y legal”, explica el Director de Ciencias Sociales del Instituto Radcliffe para Estudios Avanzados de la Universidad de Harvard.

 

Un legado para el mundo

Para Inmaculada Posadas, profesora de Farmacología de la Universidad de Castilla-La Mancha, España, Kelsey no sólo es un ejemplo de rigor científico y perseverancia, sino “sobre todo de la defensa de sus creencias por encima de los intereses económicos, en favor de la seguridad de la población”.

De acuerdo con McFadden y varios expertos, durante 45 años en la FDA, la doctora ayudó a “reescribir” las regulaciones de las pruebas clínicas de fármacos, fortalecer los mecanismos de protección para los pacientes (no sólo como consumidores sino como participantes de estudios clínicos) y alertar contra los conflictos de intereses entre médicos y farmacéuticas en Estados Unidos.

Su influencia trascendió fronteras.

“Después de (lo sucedido con) la talidomida, entre 1960 y 1990 más y más países empezaron a copiar los procedimientos científicos que se habían establecido en la FDA”, confirma Capenter, autor de "Reputación y poder: imagen organizacional y regulación farmacéutica en la FDA”.

“El mundo entero -reflexiona Posadas- le debemos ser la piedra angular de la estricta regulación que actualmente se aplica a la aprobación de los nuevos fármacos que, sin duda, ha evitado numerosas reacciones adversas graves e incluso mortales”.

 

Qué había pasado

De acuerdo con el Museo de la Ciencia de Reino Unido, los investigadores de la farmacéutica que fabricó el medicamento en Alemania en la década de los años 50 habían hecho pruebas y hallaron que “era prácticamente imposible administrarle a animales de estudio una dosis letal del medicamento”.

En gran parte, eso sirvió de base para considerar la medicina “inofensiva para los humanos”.

Se puso a la venta en ese país en 1956 y se adquiría sin presentar la orden de un médico.

Bajo la licencia de Grunenthal, varias farmacéuticas en el mundo comenzaron a vender la talidomida.

“Como el fármaco se comercializó con diferentes nombres en 49 países, tomó cinco años hacer la conexión entre la talidomida ingerida por embarazadas y el impacto en sus hijos”.

Se reportaron malformaciones cardíacas, auditivas, gastrointestinales y en las extremidades de los bebés.

Tras descubrirse sus efectos en el feto, el fármaco fue retirado por Grunenthal en noviembre de 1961 y su distribución se frenó.

Organizaciones de familias afectadas se crearon en diversos países para exigir justicia y algunos sobrevivientes recibieron compensaciones.

En 2012, Grunenthal ofreció disculpas a las víctimas y dijo que "no se pudieron detectar" los efectos del medicamento antes de su salida al mercado.

El gesto fue calificado como “insultante” por parte de grupos de sobrevivientes.

 

 

 

 

Fuente: www.bbc.com/