Para determinar la gravedad de la crisis de coronavirus en Brasil basta un dato: el mayor país de América Latina pasó por primera vez el martes la barrera simbólica de 1.000 muertes diarias por covid-19, según datos del gobierno.
Es ya el tercer país del mundo con más casos detectados de coronavirus (271.885), después de Estados Unidos y Rusia, y el sexto en número de muertes por la pandemia, con 17.983 hasta el martes, de acuerdo a la Universidad Johns Hopkins.
Se sospecha que las cifras reales de víctimas de coronavirus en el país sudamericano son bastante mayores de lo que muestran las estadísticas oficiales, debido a la falta de test para detectar infecciones.
Todo esto pone en aprietos al presidente brasileño, Jair Bolsonaro, quien buscó restarle importancia a la amenaza del covid-19 cuando comenzaba a expandirse, llamándolo de "gripecita", y resisió las medidas de aislamiento social que adoptaron otros países.
Pero Brasil es especial también porque, en simultáneo a la crisis sanitaria, atraviesa una crisis política determinante y otra económica, advierte José Murilo de Carvalho, un prominente historiador y politólogo brasileño.
"Es una tormenta perfecta", dice Murilo de Carvalho, miembro de la Academia Brasileña de Letras y de la Academia Brasileña de Ciencias, en una entrevista con BBC Mundo desde su domicilio en Río de Janeiro.
Y advierte que parece cada vez más difícil que Bolsonaro -quien llegó al cargo en enero de 2019 con un discurso antisistema, militarista y de ultraderecha- concluya su mandato presidencial de cuatro años.
Lo que sigue es una síntesis del diálogo telefónico.
La crisis política en Brasil no es nueva: podría decirse que comenzó en 2014 con el escándalo de corrupción en Petrobras. ¿Se agravó la situación en el gobierno de Bolsonaro, en medio de la pandemia?
De hecho, la crisis comenzó ya en el primer gobierno de la presidenta Dilma Rousseff.
Era una crisis económica que se acabó transformando en crisis política.
La crisis continúa y empeoró en medio de la pandemia.
Tengo 80 años y desde la redemocratización nunca tuvimos una situación tan crítica. Y principalmente sin muchas perspectivas de mejorar, debido a esta combinación de varias crisis.
Veo con mucho pesimismo la situación del país.
Otros gobernantes en el mundo han sido criticados por su manejo de la crisis de coronavirus, comenzando por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. ¿Qué hace especial el caso de Bolsonaro?
Si miramos a los otros presidentes o primeros ministros, la imagen de muchos incluso en América Latina mejoró después que enfrentaron el problema.
Creo que, en América Latina, Bolsonaro es una excepción: su imagen empeoró en vez de mejorar.
Nuestros vecinos están todos preocupados con Brasil.
Y creo que la imagen internacional del país, vía el presidente, empeoró mucho en esa visión casi servil a Trump y a una política en relación a China que es suicida desde el punto de vista económico.
De modo que no sólo internamente sino también externamente la situación brasileña es excepcional, en el sentido de ser peor que en otros países.
¿El propio Bolsonaro entró en esa situación? ¿Cuán difícil va a ser para él salir de la crisis?
Bolsonaro era desde el inicio una figura polémica.
Personalmente, pensaba que podía dársele un tiempo: una campaña política es una cosa y después de electo puede cambiar de posición, para adaptarse a las circunstancias del gobierno.
En el caso de Bolsonaro, le fue dado un año y mostró que continúa con la misma posición de la época de la elección.
Con esto la política ha sido totalmente desastrosa en varias áreas.
Las principales áreas del desastre son las propias relaciones externas, con un ministro totalmente oscurantista, la educación, con un ministro todavía peor que no sabe ni escribir portugués correctamente, y el medio ambiente.
Yo pensaba que ese era el trípode más débil del gobierno. Y ahora con la política en relación a la epidemia tenemos cuatro problemas.
La única cosa que recientemente mostró alguna mejoría en la imagen del gobierno fue la decisión de dar una especie de salario extra, se habla de 600 reales (unos US$104), a la población más carente.
Por el resto, no llega tal vez a 30% el apoyo el presidente. Es una situación muy negativa.
Los que más reaccionan a esto son los estratos más educados de la población. Pero el desempleo afecta también profundamente a los más pobres.
Entonces, lo que se pregunta actualmente en Brasil es si es tiempo o no de comenzar un proceso de impeachment.
¿Cuál es su respuesta a esa pregunta?
En el caso de Dilma Rousseff hubo una disputa muy grande sobre si fue impeachment o golpe político.
En la época para mí era claro que no fue hecho al margen de la ley: el impeachment es un juicio al mismo tiempo en la justicia y político. Eso está en la propia legislación.
Es claro que los presidentes que no tienen apoyo en el Congreso son víctimas de impeachment, mientras que los otros no.
Hubo procesos de impeachment contra Fernando Henrique (Cardoso), Lula y Temer; ninguno de esos procesos fue adelante porque ellos tenían una base parlamentaria sólida.
Dilma no la tenía, Collor (de Mello) no la tenía y ahora Bolsonaro no la tiene.
Creo que lo que falta en este momento es que, por la propia pandemia, no hay un movimiento importante en las calles, algo que los diputados y senadores tienen muy en cuenta al votar un impeachment.
En ese sentido, hay una vacilación de varias personas.
Creo que es una posición correcta. Es necesario todavía madurar un poco la situación, porque una derrota derrota de un proceso de impeachment fortalecería al presidente.
Pero creo que, sin un cambio en el gobierno, será difícil para el presidente completar su mandato.
La presencia de militares en el gobierno no significa que las Fuerzas Armadas estén gobernando.
Pero la posición de esos militares en el gobierno está quedando cada vez más incómoda para ellos mismos, porque el fracaso del gobierno con la presencia de varios militares se refleja en la imagen de las Fuerzas Armadas.
Las Fuerzas Armadas, el Ejército, tienen dos argumentos que usan siempre: que la Constitución da a las Fuerzas Armadas digamos la tarea de garantizar la armonía de los poderes —lo que quiere decir que la Constitución les da un papel político, y a veces las personas se olvidan de eso— y que la imagen de las Fuerzas Armadas entre la población general es muy buena.
Entre la clase media educada hay una oposición clara a la presencia militar, pero el grueso de la población la apoya.
Entonces, hay un juego de ajedrez complicado.
¿Las Fuerzas Armadas son el apoyo más importante que tiene el gobierno de Bolsonaro hoy?
No, él tiene todavía el apoyo de su electorado, que es fanático pero que hoy, por las encuestas de opinión, significa 30 y poco por ciento de la población.
La presencia de militares en el gobierno de alguna manera le da el endoso de las Fuerzas Armadas.
Pero la situación de estos militares se está volviendo cada vez más incómoda.
Yo distingo la presencia de militares en el gobierno y la corporación militar.
El mal desempeño en el gobierno puede estar reflejándose en la corporación militar. Y eso para la corporación militar no es una buena cosa.
Entonces hay una tensión entre el hecho de haber militares en el gobierno y que no es un gobierno de las Fuerzas Armadas. Pero es una situación en que las fronteras son muy tenues.
Ese es otro factor a tener en cuenta en una eventual situación que pueda llevar a un proceso de impeachment.
Hay también varios pedidos para que (Bolsonaro) renuncie. Ciertamente no hará eso.
Pero el hecho de que haya un general como vicepresidente también es para las Fuerzas Armadas una especie de garantía de que la oposición no volverá al poder en caso de que salga Bolsonaro.
El propio Bolsonaro ha participado en manifestaciones recientes a favor de un golpe militar. ¿Qué cree que harían las Fuerzas Armadas brasileñas si el presidente continúa en esa actitud?
El comandante del Ejército reaccionó diciendo que las Fuerzas Armadas no van a ser instrumento de golpe alguno.
Creo que no es muy grande la posibilidad de que ocurra esto.
Las Fuerzas Armadas no van a involucrarse en algo que signifique un quiebre de las reglas constitucionales, a no ser que haya en el país manifestaciones enormes.
Pero las manifestaciones políticas ahora son pequeñas.
Entonces, y esta es una posición optimista, no veo la posibilidad de que la corporación militar apoye una ruptura de las reglas constitucionales.
¿Pero sí considera que la situación de Bolsonaro es delicada y corre el riesgo de no lograr acabar su mandato si continúa la crisis?
Sin duda. Es muy frágil y no hay señales de que él tenga intención de cambiar su comportamiento.
Desde el inicio él está preocupado fundamentalmente con su reelección.
Por eso está en esta política contraria a lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud en relación al tratamiento de la epidemia: porque eso tiene consecuencias serias para la economía, como en todos los países.
Y aquí, siguiendo a Trump, va en contra de recomendaciones de los médicos y sus propios ministros: ya perdió dos ministros de Salud porque entra en confrontación con ellos, por medidas que la OMS y todos los gobernadores de estados aquí en Brasil siguen.
Está antagonizando con los gobernadores, con su sistema de salud, con la ciencia…
Esto lo coloca en una situación muy frágil en este momento y nadie puede prever cuándo va a terminar esta crisis.
Creo que realmente es cada vez más difícil imaginar que él llegue al final del mandato, que todavía tiene dos años y medio.
La pregunta es si Bolsonaro es el problema de la crisis política de Brasil o una consecuencia de ella…
Fue electo por dos grupos de personas: los que lo apoyaban, que en la elección eran tal vez 35% de la población, y personas que votaron por él para evitar que ganara el candidato del PT (Partido de los Trabajadores).
Con su actuación en el primer año, las personas que votaron para evitar al candidato del PT están retirándole el apoyo, que ahora está en torno a 30%. Y está perdiendo por la política de salud.
En ese sentido, la fragilidad de su gobierno es muy grande.
El ministro de Justicia, que era mucho más popular que él en el gobierno, (el exjuez Sergio) Moro, salió por presiones del presidente en relación a investigaciones de sus hijos.
Eso para un presidente que tenía la moralidad como un pilar de su campaña también es muy debilitante. Ya no tiene la imagen que él transmitía de alguien que quiere combatir la corrupción. Ahora sólo los más fanáticos creen en eso.
Hay un punto en que, después de dos años, si un presidente cae, asume el vicepresidente. Antes de dos años tiene que haber otra elección.
Entonces puede haber algunas personas calculando, para que no haya otra elección, que se espere hasta fin de año y ahí sería más fácil derribarlo porque continuaría el vicepresidente, que es un general.
Fuente: www.bbc.com/